
Después de mi viaje con Lennon, Mccartney, y los demás, decidí vivir una vida tranquila, a pesar de las constantes alucinaciones que comúnmente compartíamos con Gorge Harrison, pero era algo efímero, y le resté la mayor importancia posible para lograr mi cometido.
Llegué a Liverpool, con la inconstante impuntualidad que acordamos tener con Ringo, después de la eventualidad que ocurrió la semana pasada en el café de la esquina de mi casa. Un horror, a decir verdad.
Volé dos horas por sobre los edificios, dormí una larga siesta que despertó mi apetito, y cuando me levanté a la cocina por café y uno que otro pastel, todo desapareció.
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