Sigo pensando lo mismo. De hecho cada vez que lo pienso, siento que es más tangible y más cierto.
Le doy vueltas, lo intento, miro al techo, respiro hondo, pienso y dejo de pensar.
Corro, salto, desgasto mi cuerpo y mis energías con tal de no seguir dándole vuelta al asunto.
El cielo se vuelve rojizo, la nostalgia y la incertidumbre se apoderan de mi, desapareciendo todo el adormecimiento sensacional que tanto me cuesta lograr.
Aún así, sigo pensando lo mismo. Escribir es matar la alegría.
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