
Con desdén admití que mi vida se basó en una fantasía utópica que imaginé una tarde invernal, fría.
Inventé nombres, personas, lugares, y todo eso sólo para intensificar mi deseo de 'algo mejor'.
Pasaron un par de años en los que les dí vuelta la cara a los malestares pasajeros y a el ardor infernal que significaba 'fingir' (cosas varias) y mientras la gente real hablaba me di el tiempo para pensar en las musarañas, y en que el amor adolescente e invernal es el más fuerte de todos, aunque yo no lo estuviera viviendo.
Únicamente viajé a dondequiera que haya imaginado el mes pasado, y las miradas de los habitantes perfectos de mi mundo, de mis romances efímeros con caricaturas de la mente, siguen teniendo ese brillo cristalino en la mirada que me recuerda que aún nada se ha reflejado en la realidad.
En fin, después de leer un par de libros de misterio y fantasía, predije mis sentimientos de hoy, lunes por la tarde, y soy como un libro de cuentos abierto sobre la mesa del patio trasero.
Decepción (y detrás, aún, la esperanza)
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